Donna R. Podems* nos ayuda a distinguir entre “evaluación con enfoque de género”, una modalidad que se ha convertido en casi obligatoria a nivel internacional en el ámbito de la cooperación, las políticas de desarrollo y sociales, y la evaluación feminista. Se plantea por qué existen muchos más estudios que utilizan el término “enfoque de género” y se da cuenta de que la etiqueta “feminista” resulta problemática: es poco aceptada por financiadores e incluso mal recibida por el público en general. Veremos por qué.
El enfoque de género en evaluación
A partir de los años 50 se empezó a hablar de enfoque de género en el contexto de derechos humanos y bienestar, y en las intervenciones orientadas a los países "subdesarrollados" o del "tercer mundo" más tarde denominados, de forma más políticamente correcta, “en vías de desarrollo”. En los 70 surge la idea de que las mujeres son parte importante del crecimiento del país y se considera a "la mujer" como una categoría analítica y operativa en la investigación. Esta perspectiva se pone muy de moda en los años 90, pero no se entra a cuestionar los factores estructurales como causantes de la desigualdad. La desigualdad y la pobreza siguen siendo "males endémicos" en ciertas partes del mundo, que nada tienen que ver con las relaciones de poder geopolíticas.
Las teorías del desarrollo se interesan por las mujeres: bajo un enfoque liberal que define escalones hacia el progreso económico, las actividades que desarrollan las mujeres no producen tanta “riqueza” como las de los hombres. Siguiendo esta lógica, las evaluaciones de los programas de desarrollo vinculan la posición de las mujeres a los cambios en un país dado y sus niveles de progreso.
En los 80 surge la perspectiva “género y desarrollo” según la cual las relaciones de género son una categoría analítica. Surgen preguntas sobre quién hace qué y se empiezan a recoger datos que recogen el acceso y el control sobre los recursos según el género. Este enfoque se centra más en las relaciones entre los géneros, poniendo el foco sobre las mujeres, y en muchos casos pueden ser considerados feministas. Cada vez se tiende más a considerar las diferencias entre hombres y mujeres más estructurales y cultuales que biológicas, y en algunos casos se tiene en cuenta las diferentes experiencias de opresión encarnadas por diferentes mujeres, según la clase, la raza, etc.
Zermeño, Fabiola, 2016: Cerrando el círculo, Ruta para la gestión de evaluaciones de políticas públicas de igualdad de género, PNUD, p.14.
Bajo la influencia de los feminismos
Varias autoras argumentan que los enfoques de género desarrollistas responden a presiones económicas y de las agencias de desarrollo, más que a la influencia del feminismo. Otras sugieren además que la base de toda metodología feminista en evaluación es la idea de que la inequidad de género conduce a la injusticia social (Seigart and Brisolara, 2002). Dado que no existe una evaluación no política, el enfoque feminista problematiza las relaciones de género, las categorías de sexo-género (puede poner en entre dicho las categorías previas con las que nos acercamos al proyecto que queremos evaluar, por ejemplo, para detectar a quienes están llegando los recursos y a quiénes no), los roles y las relaciones de poder.
Un marco feminista considera que el conocimiento está sujeto a marcos de interpretación y a relaciones de poder y, metodológicamente, busca escuchar diferentes voces en contextos donde se privilegia unos conocimientos frente a otros.
La evaluación feminista reconoce abiertamente sus objetivos políticos e intenta tomar conciencia también de aquellos que son implícitos, que pueden acarrear efectos positivos o negativos para los participantes en los proyectos (stakeholders). Se caracteriza por la reflexibilidad: el/la investigador/a reconoce que parte un punto de vista que condiciona el proceso de evaluación, se sitúa, explicita y reflexiona sobre esos condicionantes.
Las autoras Kathryn A. Sielbeck-Bowen, Sharon Brisolara, Denise Seigart, Camille Tischle y Elizabeth Whitmore resumen la evaluación feminista en seis puntos:
Pone el foco en las inequidades de género que conducen a la injusticia social. |
Considera la discriminación o la inequidad basadas en el género como sistémicas y estructurales. |
La evaluación es una actividad política. El contexto en el que opera es un contexto político. Otras teorías críticas también reconocen esto, pero la evaluación feminista pone énfasis en cómo el género y otros discursos influyen cada experiencia. Contextualiza social y políticamente la evaluación. |
El conocimiento es un recurso poderoso que sirve a objetivos explícitos e implícitos. |
El conocimiento y los valores son cultural, social y temporalmente contingentes. El conocimiento pasa por el filtro de la persona que lo investiga. |
Existen múltiples formas de conocimiento, algunas ocupan lugares de privilegio frente a otras. |
Los enfoques de género han desarrollado algunos métodos para recopilar información que pueden ser útiles a los enfoques feministas, por lo tanto, ambos enfoques son complementarios. La evaluación con enfoque de género no se centra en cambiar activamente la vida de las mujeres, busca describirla. La evaluación feminista intenta entender por qué las intervenciones impactan de forma diferente en hombres y mujeres. A veces, busca también cambiar la inequidad social de una forma abiertamente política.
Sielbeck-Bowen, K et Al. (2002) "Exploring Feminist Evaluation: The Ground from Which We Rise” en New Direccions for Evaluation, nº 96