Resumen
La animación no ha dejado de crecer desde sus orígenes, y su
habilidad para mantenerse joven y creativa a pesar de su siglo largo de
edad se ha evidenciado con la aparición de la animación adulta,
distinguible como género por no ser infantil.
En nuestro artículo analizamos el modo en que se interpreta esta idea
de lo infantil, relacionando el medio animado con la sexualidad y,
específicamente, con la homosexualidad. Intentaremos dilucidar si la
aparente desafección del medio hacia el colectivo LGTB, cuya revolución
en lo social sólo se refleja tímida y tardíamente en animación, es síntoma
de homofobia, o si tiene que ver con cierta inhabilidad del medio para
asumir estos nuevos contenidos.
Para responder esta pregunta analizaremos capítulos de Los Picapiedra
y Los Simpsons, y veremos cuánto hay de verdad en los clichés de que
la animación es primordialmente infantil, de que esta cercanía a la
infancia implica asexualidad, y de que por tanto la homosexualidad no
tiene cabida en el medio. Por último, estudiaremos de qué modo la
exclusión o representación inmadura y estereotipada de los homosexuales
puede retroalimentar la noción de que la animación es, en este sentido,
evidentemente infantil o, por lo menos y paradójicamente, no tan adulta.